La situación en Siria se resume en una sangría constante que día a día suma nuevas víctimas. En los últimos días, el ataque más devastador tuvo lugar en Alepo, al norte del país, donde el pasado domingo murieron 295 personas, 60 de ellas civiles desarmados. Según ha denunciado el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, estas matanzas se producen a causa del uso de granadas de mortero y de las llamadas “bombas de barril”, que matan de forma indiscriminada. Eso fue lo que pasó este fin de semana en las inmediaciones de Alepo, donde la Fuerza Aérea del régimen de Bashar al Assad hizo uso de estas bombas de barril. Son tubos de metal rellenos de explosivos y restos de metal que pueden causar en barrios residenciales una destrucción similar al lanzamiento de un misil.
Según el propio Observatorio Sirio de Derechos Humanos, el conflicto sirio ya es una de las guerras más sangrientas del siglo XXI y ha superado en tres años la cifra de 150.000 muertos, de los que un tercio son civiles. Los datos de esta organización, con sede en el Reino Unido, arrojan un balance dramático: al menos 150.344 personas fallecidas, entre las que hay 51.212 civiles –7.985 menores y 5.266 mujeres–, desde que se registró la primera víctima mortal el 18 de marzo de 2011. Y la suma sigue.
Entre ellos, un conocido sacerdote holandés, muerto a manos de un enmáscarado que le disparó el lunes en la cabeza mientras estaba en el jardín de un monasterio donde vivía en la ciudad de Homs, en el centro de Siria. Se trata de Francis Van Der Lugt, un jesuita de 75 años que vivía en Siria desde los años 60. El Secretario general de la ONU Ban Ki-moon condenó el mismo día la muerte del padre Francis, calificándola de “acto de violencia inhumano”.
Mientras tanto, en la capital, en Damasco, lejos de los principales frentes de batalla, se viven días de calma, tensa, eso sí. El régimen de Al Assad se esfuerza por ofrecer esta imagen de control de la situación y de que la balanza se inclina hacia sus intereses. Pero bajo esta calma impuesta por la fuerza militar, el estado de sitio y la hambruna, la realidad es que deberán enfrentar un prolongado período de inestabilidad, por lo que en Damasco podría estallar en cualquier momento nuevos episodios de extrema violencia.
En el mismo tono triunfalista se expresa Hezbollah, la milicia chiita libanesa, que ejerce de aliada en el país vecino. Su líder, Sayyed Hassan Nasralá, asegura que después de tres años de conflicto ha disminuido el peligro de que el país se fragmente. Argumenta que han hecho retroceder a los rebeldes desde los alrededores de Damasco y han asegurado gran parte del centro de Siria. Dice que Al Assad está cada vez más fuerte; tanto es así, que “está listo para ir a una nueva reelección”.
Por su parte, el gobierno de Al Assad insiste en que la opinión internacional hace caso omiso de las amenazas terroristas, en palabras del viceministro sirio de Asuntos Exteriores, Faisal Miqdad, acusando al mediador internacional Lajdar Brahimi y a Ban Ki-moon.
Entre tanto, Siria ha generado el mayor éxodo de la historia moderna, superando a la guerra de Yugoslavia, el genocidio de Ruanda o Afganistán. Ya son más de 9 millones de desplazamientos, lo que supone el 40% de su población. 2,6 millones han abandonado el país, de los cuales la mitad son niños. Además, hay 6,5 millones de desplazados internos lejos de sus hogares. En Líbano, el país que más refugiados acoge, suman más de un millón, y ya son un cuarto de la población del país, sobrepasado ante la avalancha de refugiados.