Una cierta euforia desorientada se ha hecho presente en algunos sectores del mundo occidental en torno al arreglo de la semana pasada entre Irán y los seis países más poderosos del mundo actual. Muchos piensan que el agitar de banderas en las calles de Teherán significa la celebración de una aproximación a los Estados Unidos y a Europa, como si esa fuese una de las máximas aspiraciones de los iraníes de la calle, y como si no existieran otros motivos de alegría para quienes ven el mundo con ojos persas, con valores y perspectiva propios.