[:es]Por Leah Soibel
Decíamos en pleno verano, bajo el intenso calor que cae sobre Israel y el Medio Oriente en el mes de julio, que solo el fin de la violencia terrorista podría traer luz al conflicto palestino-israelí. Fue el pasado 14 de julio, un viernes, en el que nos levantábamos con el mazazo de un nuevo ataque terrorista que sesgaba la vida de dos policías israelíes en las inmediaciones del Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas. Un atentado que, por cierto, desató una tensión renovada de violentas protestas palestinas que hacían temer lo peor, semblanzas de intifadas pasadas en las que nadie gana, todos perdemos.Entonces, nos aferrábamos a un deseo, que el vil asesinato del mes de julio fuese el último, que ya nunca más entrara el terrorismo en la ecuación de un conflicto enquistado en el tiempo. Y es que precisamente es el terror el gran obstáculo para avanzar hacia una solución aceptable para ambas partes. Sin seguridad y con terrorismo, se antoja imposible un diálogo basado en la confianza mutua. Queríamos gritar bien alto: ¡Basta ya!
[:en]Por Leah Soibel
Decíamos en pleno verano, bajo el intenso calor que cae sobre Israel y el Medio Oriente en el mes de julio, que solo el fin de la violencia terrorista podría traer luz al conflicto palestino-israelí. Fue el pasado 14 de julio, un viernes, en el que nos levantábamos con el mazazo de un nuevo ataque terrorista que sesgaba la vida de dos policías israelíes en las inmediaciones del Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas. Un atentado que, por cierto, desató una tensión renovada de violentas protestas palestinas que hacían temer lo peor, semblanzas de intifadas pasadas en las que nadie gana, todos perdemos.Entonces, nos aferrábamos a un deseo, que el vil asesinato del mes de julio fuese el último, que ya nunca más entrara el terrorismo en la ecuación de un conflicto enquistado en el tiempo. Y es que precisamente es el terror el gran obstáculo para avanzar hacia una solución aceptable para ambas partes. Sin seguridad y con terrorismo, se antoja imposible un diálogo basado en la confianza mutua. Queríamos gritar bien alto: ¡Basta ya!