Hay que cortar el cordón umbilical que alimenta al islamismo radical terrorista

Luis, Edward, Stanley, Juan Ramón, Eric Iván, y así hasta 49 personas –muchas de ellas de la comunidad latina en Orlando–, perdieron su vida en la noche del sábado en Florida. Se les cruzó un terrorista que se había radicalizado en sus posturas de odio y violencia a partir de los mensajes yihadistas que llegan desde miles de kilómetros pero que consiguen inocular en individuos muy peligrosos, atraídos por la retórica de aniquilación de la civilización occidental.

El islamismo radical deriva en terrorismo por su propia naturaleza y ha encontrado en Occidente un gran filón para perpetuar su estrategia sangrienta a partir de entusiastas del odio, lobos solitarios, cuya facilidad para ser captados es patente. Son los Omar Mateen (el asesino del club Pulse de Orlando), o los Syed Farook y Tashfeen Malik (simpatizantes del Estado Islámico que mataron a 14 personas en un centro para discapacitados en San Bernardino, California, el 2 de diciembre de 2015), o los Abdelhamid Abaaoud (líder de la célula que perpetró los ataques de París el 13 de noviembre de 2015) que esperan agazapados entre nosotros, como bombas de relojería, dispuestos a asestar sus golpes de sangre en nombre de una interpretación torticera del Islam.

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